Puertas del pasado

 

Tras aquellas puertas,
campesinas, añosas y tristes,
donde el tiempo pintó los días
del color de la ilusión,
se encuentran mis orígenes
de gregario caminante de los
campos de mi amado Chile.

Tras sus vetustas maderas,
gastadas, dolientes e imponentes,
se encuentran vagando
las almas de su historia.

Alli residen las primeras miradas,
las sonrisas y los besos ocultos
de mis padres con sus sueños
y esperanzas, sus dolores y su tragedia,
sus interminables lágrimas y sus
recuerdos por los hijos que tan sólo llegaban y
partían , marineros
que navegan en el más allá.

En el viejo corredor de la casona paterna
deambulan los pasos
de mi hermano Sergio,
plasmados a pesar del tiempo
en sus paredes con las pequeñas manos
de mi padre ausente.

Allí, en Coelemu, donde las lechuzas
encontraron su tierra
junto a las generosas aguas del Itata,
pululan las sonrisas ausentes
de la abuela Berta.

Tras esas puertas arcaicas,
cerradas hoy por el paso del tiempo
que nada perdona,
quedó mi abuela en su dintel.

Sentada cual paloma que cada tarde
se posaba en su silla de totora,
sus ancianos ojos vieron pasar
las páginas del tiempo, con la lentitud del sur, y las
carretas de bueyes rodando
sobre el polvo de la calle León Gallo.

Tras esas puertas nobles y gentiles,
está el recuerdo de mi mejor infancia.

Está el trompo, las carretas, el parrón,
la pileta de la plaza, donde mis naves
surcaban los mares con su cargamento
de ilusiones y de amor.

Alli quedaron como vivos testigos,
las añosas parras
de mis franceses ancestros que un
buen día, ya muchos años han,
dejaron como golondrinas errantes,
sus queridas tierras de Saint Pierre.

Cuanta uva, cuanto vino, cuanto sol;
cuanta tierra fertil, cuantas ricas vivencias y cuanto amor
se encierra tras aquellas dos puertas
que el pasado al presente selló.


NQC
1999